El jardín del gusto entre elegancia y sencillez
Sin duda alguna, en la ciudad de Parma, Maria Luigia de Austria ha dejado indeleble la huella de su presencia.
Segunda esposa de Napoleón, al ser éste confinado a la isla de Elba, fue nombrada duquesa de Parma, Plasencia y Guastalla. Aquí creó su pequeño reino y con su elegancia, transformó la cultura de la ciudad aportando elementos franceses y austriacos.
Muy querida por sus súbditos, durante su gobierno, modificó la estructura de la ciudad, dio un gran empuje al arte y difundió el cultivo de la violeta olorosa que se ha hecho desde entonces el símbol de Parma.
En la cocina de su palacio trabajaron distinguidos chefs, acostumbrados a la vida de las cortes reales europeas. Llegaron de tal manera alimentos insólitos para la tradición gastronómica de la zona.
Foie gras, champán, ostras, masitas rellenas, se mezclaron con los productos locales para crear recetas complejas, innovadoras y a la vez ligadas al territorio.
En la actualidad, Parma es conocida como la “food valley” de Italia, sobre todo por algunos productos DOP, renombrados en todo el mundo: el Parmigiano Reggiano y el Prosciutto de Parma.
Sin olvidar el Culatello di Zibello, la culaccia, el salume de Felino, las setas de Borgotaro.
Entre los platos típicos destacan los “anolini in brodo”, un plato delicioso de sopa que puede abrir el apetito a cualquiera que disfruta de la buena cocina.
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Estos “ravioli” rellenos, muy parecidos a los “tortellini” de Bolonia y a los “cappelletti” de Reggio Emilia, están elaborados con guiso de estofado de buey, pan y queso Parmigiano, y se sirven con un caldo
de carne o gallina.
Asimismo, los “tortelli alle erbette” son una exquisita comida. Rellenos de “ricotta”, acelga y parmesano, se condimentan con mantequilla derretida y queso parmesano rallado. Cuenta la leyenda que este tipo de pasta nació gracias a la costumbre que tenían los pastores de ovejas de pagar con “ricotta” recién elaborada el peaje para cruzar el río Po. Los “tortelli” se comían también durante el solsticio de verano, para celebrar el 23
de junio, vigilia de la fiesta de San Juan, cuando la tradición impone bañarse con el agua de rocío.
Está claro que Parma es un templo de exquisiteces, donde la elegancia combina de maravilla con la riqueza de una cultura gastronómica que conserva la esencia de la tradición.